Marca de Radio – 25.05.13
10 años K
Eduardo Aliverti
Entre los
muchos y reiterados episodios que día tras día ratifican quiénes son los
jugadores en el partido de hacer pelota al Gobierno, justificadamente o a como
sea, parte de esta columna trata de uno en particular. Con toda certeza, no se
trata del hecho que más sueño masivo quita. Es, sólo, que al suscripto le
parece muy contundente.
Podría
haberse elegido que el monto aumentado de la Asignación Universal por Hijo fue una
noticia que no existió para los medios opositores. O, mejor todavía, que el
anuncio presidencial sobre control de precios a cargo de organizaciones
populares fue transformado inmediatamente en milicias de escrache inútil y
violento. Sin embargo, (nos parece que) la reacción mediática frente al texto
de Carta Abierta, difundido ayer, brinda un lugar de análisis mucho más amplio
que el abordaje de las manipulaciones de prensa cotidianas. El documento de los
referentes intelectuales, científicos y artísticos nucleados en ese espacio -que
surgió en 2008 para oponer alguna mirada de análisis progresista y sosegado
contra la bestialidad de la ofensiva campestre- es una pieza de gran valor
teórico y denunciativo acerca de qué se persigue al fabricar y potenciar una
atmósfera de pudrición, cuando hay gobiernos contradictores de ciertos
intereses de clase. Está escrito en un lenguaje más enojado pero menos
retorcido que alguno de los anteriores. Citemos algunos conceptos de elección
tan personal, resumida y descriptivamente alterada como de profunda
articulación semántica. “Son actores de un relato que afirma la condición autoritaria y
hasta dictatorial del Gobierno, para generar las condiciones de una irrevocable
restauración conservadora. (…) El vodevil televisivo, el stand up ingenioso, el
improperio pseudovirtuoso del periodista, puestos al servicio de una Justicia express que, una vez más, nos demuestra que todo
está perdido mientras nos dejemos gobernar por un populismo de hipócritas. (…)
Sabemos que este conjunto de palabras apunta a erosionar la figura pública de
un ex presidente, en una acción que se torna una respuesta de music hall para
problemas que merecen otro tratamiento. (…) Lo atacan, hasta la náusea y
utilizando todos los recursos a su alcance, por haber reinstalado la idea de que
(…) lo justo no constituye una quimera inalcanzable o una reflexión académica,
sino la práctica posible de un proyecto sostenido en los principios de la
igualdad y la ampliación permanente de derechos. Lo atacan porque Videla murió
en la cárcel y porque propone, con más costos que beneficios, que la Justicia puede y debe ser
reformada. (…) Una simple y rápida revisión del papel de ciertos medios de
comunicación en nuestra historia, al menos desde Yrigoyen en adelante,
permitiría poner en evidencia la falta de originalidad de la actual campaña
desestabilizadora que se viene llevando a cabo en nombre del `periodismo
independiente´. Otro tanto comprobaríamos con sólo echar un vistazo a lo que
ocurre en otros países de la región en que los intereses de la derecha se
complementan, perfectamente, con el funcionamiento de los grandes medios de
comunicación. Nunca ha sido tan clara la intervención desestabilizadora de la
máquina mediática puesta al servicio del establishment económico-financiero. Un
lenguaje surgido de las letrinas amarillistas y de las gramáticas del golpismo
histórico se despliega con virulencia insidiosa desde las usinas del poder
mediático, que han dejado de apelar a cualquier tipo de argumentación para
desencadenar, una tras otra, unabatería de rumores, mitos urbanos de
enriquecimientos olímpicos, denuncias indemostrables articuladas con una
colección de personajes que van de los lúmpenes del jet set vernáculo a una ex
secretaria despechada”.
Razonamientos
de esta índole -que, reiteramos, son una ínfima porción cuantitativa del
escrito de Carta Abierta- fueron reducidos por un título y columna de opinión
de Clarín (entre otras reacciones) a que “Báez no
existe y los denunciantes son nazis”, forzando el discurso -dice el copete-
para presentar las denuncias como “antisemitas”. Si lo primero es inaguantable
pero artificialmente efectivo, lo segundo es amoral. No hay en el texto una
sola palabra ni intención de la prosa que invite a ignorar a Báez, sino la
advertencia de que el caso Báez
debe ser ubicado en el contexto de la guerra que Clarín le declaró al Gobierno.
Y lo que el editor y el columnista de ese diario identifican como
“antisemitismo” es un parágrafo, en el que se avisa de los antecedentes de
climas periodísticos donde se hace cabalgar con mayor o menor grado de ingenio
a los jinetes del Apocalipsis. El colega que firmó esa nota de Clarín rotula como antológico y fascinante -por
la negativa, por lo execrable- que la corrupción sea señalada como una verdad
fundamental pero abstracta. Lo que se le perdió de vista es justamente que lo
abstracto no pasa por ignorar las andanzas de Báez o de cualesquiera de los
empresarios amigos del Gobierno, sino por pretender que escribe cual
adolescente virgen en una usina de carmelitas descalzas.
Mientras tanto, hoy cumple 10 años la gestión kirchnerista y quiero compartir ciertas reflexiones que firmé (REF: suplemento Página/12). Digo allí que tomar las dos puntas del kirchnerismo, la inicial y la presente, puede revelarse como un buen método para juzgar dos de las cosas que se tienen centralmente en cuenta a la hora de los balances: coherencia y eficacia.
Kirchner asumió bajo un vigente clima de que debían irse todos y, si es por aquellos que sucumbieron al fácil discurso de la antipolítica o a la confianza infantil en un espíritu asambleario permanente, esos “todos” permanecieron en su gran mayoría. Inclusive, Kirchner quedó por descarte tras los abandonos de De la Sota y Reutemann; y no debería olvidarse que la suma de opciones de derecha y peronismo tradicional había resultado claramente victoriosa, en la primera y finalmente única vuelta electoral de 2003, con casi el 55 por ciento de los votos (Menem, López Murphy, Rodríguez Saá y si se lo desea puede agregarse el 14 por ciento de Carrió, que, si bien expresó un discurso anticorrupción, formaba parte de la familia politiquero-institucional; y no se adosa el 22 por ciento del propio Kirchner en función de que, aunque desconocido o irrelevante para las mayorías, se erigió como herramienta antimenemista). La cuestión es que, aunque esa suma daba un favoritismo popular de sufragios en beneficio de los todos que debían irse, Kirchner leyó que el clima de irritación subsistía y que las fórmulas no podían ser las mismas. Ocurrió lo que no puede desmentirse. El kirchnerismo fue a contramano de los diagnósticos y recetas sempiternos. Y tras su única derrota electoral en 2009 -en los centros urbanos más importantes- redobló la apuesta hacia izquierda para volver victorioso a los dos años. Es entonces cuando se toma la punta de la actualidad para advertir que las grandes líneas de disposición progresista con que el kirchnerismo sorprendió, a partir de 2003, se ven reflejadas en quienes hoy le muestran los dientes. El “campo”, las corporaciones comunicacionales asociadas a él, las franjas más retrógradas de la Justicia, los sectores medios siempre asimilables al odio de clase. Eso es una acumulación política nada desdeñable.
Prospectiva.
Establecedora de plataforma para poder avanzar.
Si se mira hacia dentro de unos años y ocurriese la comprobación de un fin de ciclo -como escupe la oposición mediática y sus escribanos sueltos- quien firma no cree que estas reflexiones perderían valor necesariamente. A nuestro juicio, el kirchnerismo estableció un piso de conquistas sociales, simbólicas, económicas y hasta culturales de retorno complejo, en el anclaje de vastos sectores populares y de clase media. Por supuesto: todo puede retroceder si se trata de las condiciones subjetivas. Pero las objetivas, hasta donde uno ve, no indican ese escenario. Cuesta mucho imaginarse que los valores de derecha pudieran ser restablecidos cual soplar y hacer botellas. Y menos que menos con el tipo de dirigentes que hay y asoman en ese espacio. Tampoco favorecen a una perspectiva de tal naturaleza los vientos que soplan en la región ni los estructurales que se perciben en el mundo, con una orientación más proclive al capitalismo de Estado. Un terreno internacional orégano como el que benefició al menemato, para arrasar con la memoria y los logros históricos de una de las sociedades con mayor movilización ascendente del siglo XX, es razonable como poco cierto a corto y mediano plazo. Nada de todo eso supone que no haya algunas preguntas de dificilísima respuesta. ¿Hay kirchnerismo sin Cristina al frente? ¿Bastaría para preservarlo si ella tuviera que ejercer un rol preponderante, pero ya no al frente del Ejecutivo? Esta dinámica populista que lo K representa, en la acepción positiva que siempre supo precisar Nicolás Casullo respecto de “populismo”, ¿se sostiene sin un líder incuestionable o incuestionado? (…) El proyecto de largo alcance siempre se imaginó con los dos. Con Néstor y Cristina. No con uno solo. Atención con lo que eso involucra en procesos que, latinoamericanamente dicho, requieren de liderazgo personal como condición casi excluyente. El imprevisto de la muerte fue el que fue. Y la única realidad es que estamos como estamos, con la incógnita que nadie todavía puede resolver -ni en el oficialismo ni la oposición- acerca de a quién otear como figura indiscutible, o de buen aliento, para el próximo lapso. Pero el solo hecho de que, si Kirchner viviera, estaríamos hablando de una chance muy alta de continuidad -así fuere por el default de la oposición- habilita a pensar que la potencia del modelo, dinámica, proyecto, energía populista, o como quiera denominarse al kirchnerismo, es teóricamente prolongable; ya sea porque volvería a ganar, o porque su asiento popular tornaría complicado que se pudieran liquidar sus avances. Las dos eventualidades también pueden darse con Cristina o quien ella determine, pero es más arduo.
Apoyado en esa hipótesis o convicción, se sustenta que, al cabo de 10 años, la probabilidad de que “lo K” persista es atendible. A esta altura del sultanato (bastante antes, en realidad) se percibía su decadencia inevitable y estaba surcado por luchas intestinas irreconciliables. No es el caso. Nadie niega ya, seriamente, que la menemista fue una década perdida. Que acabó como acabó. En cambio, es discutible que la kirchnerista no sea una década ganada si se la ve desde las reparaciones mínimas, o considerables, de que gozaron sectores populares, medios, profesionales, pymes. En otras palabras, tomados períodos de 10 años o alrededor para arriba o abajo, en la historia política argentina, la foto enseña golpes violentos de la oligarquía, ocaso, decepciones profundas, hiperinflación.
Se reitera: no es el caso y lo certifica que la oposición es comandada por un grupo mediático. No por un partido, ni conductor, ni organización social. Con un mínimo grado de honestidad intelectual, ideológica, perceptiva, debería admitirse por lo menos eso.
Que por algo
hay una gestión en condiciones de dar pelea. Después de 10 años, nada más o
nada menos.
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