Norberto Galasso
Editorial Señales Populares, junio 2010
“Nada grande se puede hacer con la tristeza. Desde la ciencia al deporte, desde la creación de la riqueza a la moral patriótica, el tono está dado por el optimismo o por el pesimismo. Nos quieren tristes para que nos sintamos vencidos y los pueblos deprimidos no vencen ni en la cancha de fútbol, ni en el laboratorio, ni en el ejemplo moral, ni en las disputas económicas... Por eso, venimos a combatir alegremente. Seguros de nuestro destino y sabiéndonos vencedores, a corto o a largo plazo”.
Arturo Jauretche
aúl Scalabrini Ortiz afirmaba, en uno de sus ensayos, que las ideas son como los microbios porque se van metiendo en el organismo sin ser advertidos y un día resulta que el ser humano percibe de improviso los cambios que se han producido en su organismo. Algo semejante ocurre en la historia de los pueblos que a veces se lo ha simbolizado como el agua que se va infiltrando por los rincones más recónditos hasta que llega la inundación. Si queremos adornar esto con el fragmento de un poema proveniente de Europa -para que no se nos siga llamando “barbarie”- podríamos recordar: “El agua va cayendo gota a gota / y la espléndida flor marchita veis/ aunque nadie lo sabe ni lo nota/ roto el búcaro está: no lo toquéis”. Subrepticiamente, sin que nadie lo advierta, la historia empieza a tomar una dirección distinta y un día, las ilusiones del sistema dependiente y oligárquico -en este caso, el florero exquisito al que alude el poema- aparece roto: la rajadura se ha ampliado, el agua se ha escurrido y la flor de la ilusión restauradora comienza a marchitarse.
Durante largos meses, los intelectuales consagrados, los medios de comunicación monopolizados, los dirigentes políticos de vieja data a quienes se supondría cierta experiencia y agudeza, lanzaron los peores diagnósticos sobre las posibilidades de nuestro pueblo: todo estaba crispado, la inseguridad predominaba aquí y allá, ya no se podía vivir, el tejido social estaba roto en mil pedazos, la inflación, desbordada, la tristeza, cundía en todos los ámbitos. Respecto a los gobernantes sólo se los quería echar o aún más, matar como sostuvo la pitonisa de la Coalición Cívica.
Durante meses, amplios sectores populares escucharon esta letanía fúnebre, esta perorata derrotista, la autodenigración llevada a límites extremos: “si fuéramos un país en serio”, “estamos en manos de un banda”, “todos hacen caja para los Kirchner”, “los argentinos no tenemos remedio”. Parecía inclusive que en amplios sectores sociales había aquiescencia a semejante discurso aunque se sabía que alguna gente hacía zapping para no ver más ciertos programas televisivos y que otros, más audaces, después de décadas de rutina periodística, habían dejado de comprar el diario tradicional. Pero, por otro lado, decían los agoreros, que después de las últimas elecciones, un ciclo quedaba atrás, que era preciso hablar de poskirchnerismo, que el agotamiento era total, que volverían muy pronto los “hombres sabios y honestos” esos que si bien alguna vez ametrallaron al pueblo o entregaron el país, ahora debían resurgir como solución frente a la degradación de los gobiernos pingüinos.
Pero de repente, por esa cuestión que los filósofos llaman acumulación de cantidad que se convierte en salto de calidad -en el viejo lenguaje del tango, “el chamuyo” se convierte en el primer beso- las mayorías populares se echan a andar ¿en cientos?, ¿en miles?, no, en millones. Y ganan las calles y se quedan varios días, alegres, cantando, vivando a la Patria, contentos de leer una frase de José Martí, otra de Manuel Ugarte y otra de José de San Martín, entusiasmados con el recorrido de una historia tan plagada de sacrificios y luchas, con mucho luto a veces pero también con mucho júbilo otras tantas.
Nadie lo había previsto, ni los más furiosos opositores, ni siquiera el oficialismo, pero el cúmulo de experiencias, especialmente las producidas en los últimos meses -desde el fútbol para todos, en adelante- estalló en las calles, no con mera espectación o presencia pasiva, sino con vocación de protagonismo, como aquel subsuelo de la patria, del que también hablaba Scalabrini, que es ignorado por las minorías pero que está ahí, siempre, preparado para aparecer y dar el presente cuando hace falta.
Ello ha ocurrido en nuestro país en los festejos del Bicentenario. Una multitud ganó las calles céntricas, por sí sola, sin choripanes, ni colectivos alquilados, sin rencores y sin injurias, sin ningún incidente. Y los representantes de los pueblos hermanos en la Patria Grande, caminaron junto a nuestra presidenta, en medio del público, sin la más mínima molestia, en plenitud democrática, festejando el cumpleaños de la Argentina y también de la Patria Grande hacia la cual caminamos indefectiblemente.
Este suceso llegó fuerte a los corazones y es preciso comentarlo desde el afecto y la alegría, aunque, como aconsejan los revolucionarios, a la calidez del corazón hay que agregar la frialdad del Pensamiento.
No eran todos kirchneristas por supuesto, los que estaban allí, pero también es cierto que no habrían concurrido a este acto enorme y jubiloso bajo los gobiernos que sufrimos en las últimas tres décadas. Intuitivamente, era el reconocimiento de que el UNSAUR continuaba la política de San Martín, Simón Bolívar, José Gervasio Artigas y Mariano Moreno, que la vieja historia se nos venía encima y recomenzábamos la revolución inconclusa. Del mismo modo que los juicios a los represores actualizaban la destrucción de los instrumentos de tortura sancionada por la Asamblea del año XIII.
Promisoria perspectiva la nuestra, pletórica de abrazos y risas, de utopías renovadas. Pero, si quedara alguna duda del momento histórico que viven nuestros pueblos, bastaría con analizar lo que piensa el enemigo: “Los kirchneristas radicalizan su gobierno”, titula Eduardo van der Koy, en Clarín (20de junio de 2010), “La situación se vuelve inquietante”, sostiene, a su vez, Jorge Fernández Díaz (La Nación, 29/5/2010) y el teórico máximo de la derecha -Mariano Grondona- en sus dos últimos programas ha reiterado: “Me estoy poniendo nervioso, muy nervioso”.
Sigamos adelante y celebremos la clarividencia de estos representantes de la reacción.
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